
Mi querida Ángela ¿recuerdas que yo también fui uno de esos babosos que quedó hipnotizado ante tu esplendor? ¿Te acuerdas cuando nos conocimos? Puedo apostar a que lo olvidaste, ya que tienes una mente muy volátil, te costó para aprenderte mi nombre. Fue en un terminal terrestre la primera vez que te vi, ambos viajábamos a Trujillo, yo por trabajo y tú de vacaciones por unos días. Yo viajaba solo y tu con tus padres. Tu mirada me impacto en el primer momento, jugueteabas y me sonreías a lo lejos, no conversamos en ese instante. En el bus casualmente me senté junto a tu papá y tú delante de mí con tu madre. Gran parte del camino converse mucho con tu papá, por cierto ¿qué será de la vida de Don Carlitos, sigue exportando espárragos al extranjero?, traté de caerle bien, charlamos mucho de todo, ya sabes como me gusta hablar y hablar, admiré mucho a tu viejito, un tipo muy sabio e inteligente.
Al llegar a Trujillo, Don Carlos nos presentó, tuve el placer de poder sentir tu suave mano entre la mía y de deleitarme con tu aroma con un beso en la mejilla, también me invitó a hospedarme en el mismo hotel que ustedes, ya que yo le había comentado que no tenía un lugar escogido donde quedarme. Esa misma tarde mientras me disponía a tomar una siesta tocaste la puerta de mi habitación y me invitaste a pasear a Huanchaco:
Oye Fabián, vamos a la playa. – me dijiste con una desbordante sonrisa y tu graciosa voz que parecía como si estuvieras resfriada y con la nariz tapada.
¿A la playa? Estoy muy cansado por el viaje, creo que no, mejor mañana. – a medio hablar te respondí, pues estaba sonámbulo, casi dormido.
Anda vamos, comemos cebichito y unas chelitas luego ¿qué te parece? – me insististe cogiéndome del brazo.
Mejor mañana, quedémonos en el hotel y bajamos a tirarnos un chapuzón en la piscina, pedimos cebichito y cervezas, ok? Y mañana temprano fugamos a la playa. – lo sorprendente fue que no te molestaste, accediste gustosa a mi propuesta.
Aquellos primeros días habrían de ponerte en evidencia mi mediocre espíritu aventurero: sólo me interesó conocer a fondo la piscina del hotel, los restaurantes y en un rapto de audacia una salidita a la playa contigo, nos fuimos a donde tu dijiste, a Huanchaco, tu exhibías un bikini negro, te veías más bella que una sirena, no había mujer en esa playa trujillana que pueda igualar tu hermosura y sensualidad, fue para mi una gran dosis de autoestima, me creía muy afortunado al sentir la envidia de los hombres que te miraban junto a mi, yo como tu dueño, tu como mi mujer, pero eso solo era en apariencias, no me atreví a decirte lo mucho que me gustabas, temía a que me dijeras que no, a que me rechazaras, como podrías fijarte tu en un tipo como yo, que poco le gustan las diversiones, que se pasó toda la tarde en la playa leyendo un par de libros aburridos y bebiendo cerveza, mientras tu te divertías en las olas. ¿Quién va a leer libros en la playa? Pues yo, solamente yo, como tu me dijiste alguna vez “eres un caso único”. Quizá eso te llamo la atención de mí, éramos dos polos completamente opuestos, además porque nunca me mostré muy interesado y sorprendido por ti, siempre me supe disimular bien, no como la mayoría de hombres, es que me daba miedo tu juventud, apenas tenías dieciséis años y era mayor que tu por varios años, pero esas son justificaciones tontas para maquillar y confirmar mi probada cobardía y falto de experiencia con las mujeres.
Esa misma cobardía desapareció esa misma noche en mi habitación del hotel, cuando tu y yo decidimos comprarnos una botella de vodka y nos pusimos a beber viendo una película, recuerdo que lloré como una niña con las escenas de Jhon Q, aquella película con Denzel Washington, cuando la botella de vodka ya andaba por la mitad, cuando de tu canguro sacaste un pomito negro, unas hojitas de marihuana estaban en su interior, lo armaste y empezaste a fumar, me preguntaste si antes yo también lo había hecho, te respondí que no, me invitaste, te recibí, fumé contigo, fumamos juntos, compartimos esa extraña sensación de delirio que minutos después rompieron con mi cobardía y timidez, terminé haciéndote el amor, confundidos entre el vodka, la marihuana y el deleite de tener tu cuerpo desnudo entre mis brazos, acariciando toda tu piel con mis manos y saboreándola con mi lengua, tu sentada a horcajadas sobre mi, los ojos cerrados, revuelto tu pelo ensortijado, tu cuerpo agitándose con el mío, me concediste el placer de entrar temblorosamente en ti, todo eso tuvo lugar en la alfombrada soledad de mi habitación.
Pero me duele decirte que a pesar de tu belleza y de tu dulce esmero por educarme en esos goces, ese único encuentro me dejó una contrariada sensación de amargura y éxtasis. Y para justificarte esto voy a hacerte una confesión, aquella vez tu no fuiste la primera que me “rompió la boca” - como tu dices al referirte al probar por primera vez la marihuana – con ese wiro de marihuana, pues no, yo ya lo había probado mucho antes, es más había tenido un grave problema con eso de las drogas, y decidí dejarlo para siempre, preferí decirte que nunca había fumado, porque veía en tu mirada esa satisfacción de orgullo por querer inculcarme y guiarme en esa delirante experiencia, recaí, fui débil, no podía decirte que no, no quise desilusionarte, no quería que sigas pensando que soy un aburrido, además era la única forma de armarme de valor, de llevar a la realidad mis deseos y fantasías que tenia contigo, para saciar mis apetitos por los placeres de tu carne. Era consciente que tu compañía no me haría bien. No quería volver a aquellas noches en blanco, sin poder dormir, de espaldas a mi familia y a Dios, esas en las que el corazón me dolía y yo cobardemente fumaba marihuana y aspiraba más cocaína esperando a que mi cuerpo colapse intoxicado y caiga muerto por sobredosis a los veinte años, como si ello tuviese algo de glamoroso, admirable y de sentirse orgulloso. Ahora le doy gracias a Dios por haberme dado fuerzas para salir de esa agonía, por darme una razón por qué vivir. Debía alejarme de ti, no podía ser tan cobarde y estúpido como para meterme esas cochinadas nuevamente.
Tengo un divertido recuerdo de aquella noche cuando intoxicados por el vodka y la marihuana saltámos desnudos en la cama, escuchando a todo volumen “El Che y los Rollings Stone”, la misma canción que siempre me trae momentos junto a ti. Así eras tu me bella Ángela, tan linda, tan rebelde. Eras la protagonista de mis más morbosas fantasías, las mismas que cobraron vida las primeras noches de nuestra amistad, cuando nuestros cuerpos aún no se conocían y todo era una inquietante promesa. Pero lo que más me encantaba de ti eran tus manos, blancas y finas, las uñas pintadas de un modo particularmente discreto, aún las recuerdo con porfiada intensidad el hechizo que ellas ejercieron en mi. Yo no podía dejar de mirarlas, me decía que esas manos preciosas tienen que ser mías. Pero la sola idea de mis labios recorriendo tu cuerpo, atreviéndose a tocarte, excitaba mis sentidos, alborotaba mi imaginación. Tú hablabas y me sonreías, yo te escuchaba y te miraba las manos.
Al volver a Lima, en el bus, trate de evitarte comportándome frio contigo, hice un esfuerzo sobre humano por ignorarte, preferí sentarme en la última fila de asientos, mientras tu junto a una vieja que roncaba como vaca, por lo que en medio viaje, mientras todos dormían, te escapaste y te viniste a sentar conmigo aprovechando que tenía los dos asientos para mi, nos besamos apasionadamente, querías más, allí era imposible, existía mucho silencio, nos metimos al baño y ahí la continuamos, semi desnudos simplemente nos dejamos llevar, haciendo realidad un vez más mis fantasías, en este caso la mezcla era letal, cocaína y adrenalina, no podíamos parar, pero los irrupción de un borracho que abrió la puerta del baño y la inesperada volcadura de sus intestinos a través de su boca sobre el piso hizo que se rompiera todo el éxtasis, fue horrible, asqueroso, salimos corriendo y dejando al tipo de rodillas durmiendo sobre su propia cochinada.
La última vez que te vi fue en el terminal, te agradecí por todos los momentos que pasamos en esos siete días juntos, me sentía afortunado de haberte conocido, de tenerte allí en frente de mi, de gozar tu esplendido cuerpo y la furia de tus besos, nadie me había besado así, es más nadie me ha vuelto a besar de esa forma, gracias por el incendio en tu mirada y por los inconfesables placeres que me enseñaste. Aunque ahora que lo pienso nuestra aventura fue brevísima, pues no duró más de una semana y pasa sobre mí la culpa de darla por terminada. Como te dije antes me asusté, me acobardé, sentí que me podía enamorar de ti y a la vez sabía que iba a terminar mal, me faltaba el valor para decirte no, para evitar recaer en el vicio, aunque nunca me sentí adicto, pero igual. No tuve coraje para vivir ese amor que pudo ser, pude haberte ayudado a que no perdieras el control con las drogas ¿por qué fui tan imbécil?
Espero que algún día de estos me puedas perdonar, aunque me gustaría mucho volver a revivir aquellos momento contigo en Trujillo, pero se que ya te casaste y eres muy feliz con tu marido, que por cierto no le veo la gran cosa, un tipo pequeño, poco agraciado, ni siquiera tiene mucho dinero, pero de algo estoy seguro, esta muy enamorado de ti, no lo culpo es muy fácil enamorarse de ti, que a pesar de tener a los hombres a tus pies, nunca te mostraste como una diva, siempre fuiste muy suelta y humilde. Que suertudo de enano, como lo envidio, se ve que es un buen hombre, maldito cojudo, pude haber sido yo el que se este paseando por ese centro comercial de la mano contigo y no el feo que ahora es tu marido, espero que él te pueda dar todo el amor que tú mereces. Solo tengo que vivir de los recuerdos de esa semana tan divertida - a mi manera - junto a ti. Te agradezco una vez más, mi linda Ángela, mi bella tentación, por todo lo que me enseñaste, por tu audacia para soñar y tu pasión desmedida. Cuenta siempre con mi rendida amistad. Pasará la vida y me queda tu sonrisa en mi memoria. Eso, la melancólica evocación de tu sonrisa, me llena de alegría pero también de una extraña quietud.
No hay comentarios:
Publicar un comentario